El amor es un sentimiento humano [969] que puede crecer hasta opacar
cualquier aspiración, determinación o certeza del individuo e incluso llevarlo
a sacrificar su vida [970] y sin embargo, en palabras de Schopenhauer, había sido
“totalmente ignorado por los filósofos” [971] hasta que éste lo interpretó
metafísica y trascendentemente [971].
Schopenhauer afirma que detrás de todos los despliegues afectivos que se
hacen los enamorados se encuentra el instinto sexual [971], cuya meta es “la composición
de la siguiente generación” [972] por la cual los dos amantes serán
sustituidos [972]. Este instinto sexual no es más que el maquillaje con que la
voluntad de la especie hace creer al individuo que persigue su satisfacción
personal en la forma del goce físico [973]. La voluntad se ve obligada a
utilizar estos métodos para combatir el egoísmo y la razón del hombre, por las
cuales jamás se interesaría en “sacrificarse en aras de la permanencia y la
constitución de la especie” [976]. Por medio de esta unión sexual que
Schopenhauer describe como una cierta ilusión, el individuo cree “fundirse en un único ser para después
seguir viviendo en él" [974]. De esta forma, la voluntad de vivir es
representada en la especie gracias al ser que los amantes pueden engendrar
[974].
Apoyado en argumentaciones biológicas de la época, supone que los nuevos
individuos heredan del padre, el carácter; de la madre, el entendimiento y de
su unión el cuerpo [974]; y puesto que el objetivo de la voluntad es
“representar antes que nada el carácter de la especie humana como tal” [975] se establece una serie de
características que los hombres buscan en las mujeres y las mujeres en los
hombres. En un apretado resumen basta decir que tanto los unos como los otros
procuran compensar sus imperfecciones con las perfecciones del otro [977]. Puesto
que las perfecciones e imperfecciones hacen único e irrepetible a cada individuo
y a causa de los hijos que una pareja pudiera tener, a cada hombre le
corresponde “del modo más perfecto una mujer determinada” [976]. Cuando se da
este encuentro ideal, se dice que los amantes obedecen “a un mandato especial
de la especie” [987] y por ello su relación adquiere “un carácter más noble y
sublime” [987] respecto al “instinto sexual vulgar” carente de orientación y
sólo destinado a mantener la cantidad de la especie en menoscabo de la calidad
[987]. Esta comparación establece una axiología sexual donde las relaciones más
valiosas son aquellas que mantienen “el tipo de la especie lo más puro
posible" [988].
Para Schopenhauer, sin embargo, incluso las parejas ideales son presas de
la desilusión que aparece tras la satisfacción sexual [978], si bien en el
mejor de los casos sus cualidades complementarias les granjearían “una
auténtica amistad” [996]. Por el contrario, la mayoría de los matrimonios
resultan infelices por la incompatibilidad general que se evidencia entre los
esposos que, “si no fuera por las relaciones sexuales, se odiarían, despreciarían
e incluso repugnarían" [992]. Es claro, pues, que la finalidad del amor no
consiste en la felicidad de los amantes, sino en la procreación de sus hijos
[983]. El hombre inevitablemente es “impulsado por esta ilusión” [978] aunque
procure evitar sus fines aun mediante el uso de anticonceptivos.
Los anticonceptivos ofrecen la posibilidad de un goce físico libre de
embarazos, pero en el esquema schopenhaueriano no podrían evitar la
manifestación fenoménica de la idea de un nuevo individuo [975], en todo caso
evitarían la generación de individuos endebles cumpliendo un objetivo similar
al que Schopenhauer atribuye a la homosexualidad y más decididamente a la
pederastia [998 y ss.]
Adherirse a esta concepción del mundo trae como consecuencia inevitable la
intuición de la ausencia de libertad. Schopenhauer lo sabe y lo acepta, pero se
topa con una decisión humana que se escapa a la comprensión de su sistema. Se
trata de la negación de la voluntad de vivir que conduce al suicidio, pero de
una manera diferente a como lo hacen los desengaños amorosos [978]: La negación
de la voluntad de vivir significa “arrancar[se] del tronco común de la especie
y renuncia[r] a su existencia en ella” [997], no perpetuarse la voluntad, sino
aniquilarla en un acto tan pleno de libertad que por sí contradice gran parte
del sistema schopenhaueriano. Por ello el autor prefiere calificar a la
negación de la voluntad de vivir como “un punto que permanecerá para siempre
inaccesible a todo conocimiento humano” [997]. Empero, la crítica se extiende
rápidamente: el suicidio es el acto liberador del hombre, suicidarse implica
tomar la decisión entre quitarse la vida o sujetarse a las determinaciones de
la Voluntad, pero si se tiene la libertad de realizar esta elección no se puede
establecer a la Voluntad como determinante de las acciones del individuo. Bajo
esta perspectiva, el individuo que se suponía sujeto de la Voluntad, lo es de
la negación de la voluntad de vivir y se encuentra constantemente obligado a
decidir entre el suicidio o la continuidad de su vida en un mundo “que
permanecerá para siempre inaccesible a todo conocimiento humano” [997].
Texto de referencia:
Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad
y representación (Madrid: Akal, 2005). Los números de página aparecen entre corchetes.